De mano en mano.
Algunos dicen que mis antecesores son chinos; pasados muchos años, en
1835, llegué a Europa, a Alemania más precisamente. Allí un tal Hermann Ulgh
me tuvo entre sus manos e hizo mi cuerpo más liviano y maleable. Su idea
era reemplazar conmigo al pesado órgano de las iglesias y difundir música
sacra en las plazas. No tuvo éxito, y pasé a las manos artesanas de Hernrich
Band, un cariñoso luthier que dibujó y moldeó mis pulmones: entonces, sí fui
mejor aceptado. Es en honor a Band que comenzaron a llamarme bandunion,
maldoleon, bandonion y finalmente bandoneón.
Durante la guerra europea los alemanes empobrecidos dejaron su país en pos
de América, de la que llegaban promesas de pan y trabajo. A ellos acompañé
y en sus manos viajé.
Desembarqué en los arrabales porteños, sur de la Ciudad de Buenos Aires,
todo olía a malevaje, cuchillos, mujeres de malavida. Una noche acompañé a
dos alemanes al cafetín de Malamuerte.. Ellos pasaron los límites del alcohol
y como pago pasé a las manos del dueño del bar; absorto y desconcertado
me exhibió cual pieza de museo hasta que un negro africano, un tal Sebastián,
que me había visto y escuchado en el puerto, me tocó. Sus manos me
acariciaron. Me llenó de aire y comencé a volar. Mis pulmones emitían sones
extraños para mí y con el tiempo supe que esas notas aladas eran del tango.
Tango. Mientras los hombres esperaban a sus señoritas en los burdeles los
acompañé y ví como se trenzaban en ese baile exótico. El tango se enamoró
de mí y yo de él. Liturgia, música africana, puterío y arrabal. Me encandilé con
lo porteño y los porteños conmigo. A veces no necesito que me acompañe una
orquesta: yo sólo encierro la orquesta. Nadie sabía nada de mí. Nadie. Poco a
poco de mano en mano descubrí y descubrieron lo que yo llevaba dentro. Me
moví y me dejé ser movido. De mano en mano, siempre. Mi vida se rodeó de
prodigiosos, brillantes: Troilo, Leopoldo Federico, Piazzolla,
Algunos me apodaron el fuelle, pero en realidad ya soy bien porteño y me
dicen el fueye. Fui aclamado y aplaudido.
Ya tengo ficha de identidad. Aquel titubeante comienzo explotó en éxito.
¿Existirán los éxitos y los fracasos? Ahora también femeninas manos suavizan
mis acordes. Otros me escriben poemas y melodías. Hasta me asignaron un
día propio, el 11 de julio, día del Bandoneón.
Y aquí sigo de mano en mano, mano a mano con el tango.
Silvana Bonacci
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