"Cuenten con nosotros"

Proyecto de Cátedra de la cátedra Lenguaje Visual 3 - Fac. Bellas Artes. La Plata

Wednesday, April 27, 2011

El octavo enanito



Un día estaba el sapo ocupadísimo cavando un pozo cerquita de la cigarra que pasaba la mayor parte de su tiempo recostada mirando un enanito de yeso que había en el jardín. Y en ese mismo instante el sapo empezó a contarle esta historia a la cigarra.
Había una vez ocho enanitos en un bosque. Los ocho tenían una casa muy linda, pequeñita, pero confortable y trabajaban duramente en una mina de metales preciosos.
A las siete de la mañana se levantaban todos o casi todos… El enanito Uno preparaba la leche, el enanito Dos hacía las tostadas, el Tres ponía la mesa, el Cuatro y el Cinco hacían las camas y el Seis y el Siete preparaban la vianda para el mediodía.
—¿Y el Ocho? —preguntó la cigarra.
—El Ocho se quedaba durmiendo en la cama.
Salían todos juntos y en fila para el trabajo. Los enanitos Uno y Dos cargaban los picos; el Tres y el Cuatro, las palas; el Cinco y el Seis llevaban varias bolsas y el Siete, una carretilla pesadísima.
—¿Y el Ocho? —preguntó ingenuamente la cigarra.
—El Ocho seguía durmiendo plácidamente en la carretilla.
Los otros siete enanitos se estaban cansando y mucho. Entonces empezaron a inventar historias de cucos que se llevaban a los que no ayudaban a los demás. Como el cuco es un pájaro bastante común en el bosque, a Ocho la historia le pareció creíble. Él era más pesado.
Entonces, empezaron a aumentar el peligro. Enanito Tres le contó que monstruos enormes estaban asolando la región en busca de enanitos que solo pensaban en descansar. A Ocho esto le pareció ridículo y por supuesto, se echó a dormir.
—¿Así nomás? —preguntó la cigarra.
—Así nomás —Afirmó el sapo, y la miró de reojo.
A la mañana siguiente los siete enanos se cansaron de cargar a Ocho y decidieron irse solos para la mina. Ocho se despertó al mediodía porque alguien golpeaba la puerta con insistencia. Medio dormido vio que detrás de la cortina una sombra enorme, negra, muy negra, intentaba abrir a la fuerza. Ocho pensó: “Viene por mí, viene por mí” y escapó desesperado por la ventana de atrás.
Dicen que del susto, Ocho quedó hecho una estatua y que está ahicito nomás, justito, justito detrás de usted doña Cigarra. Pero no se preocupe, que la historia tuvo final feliz, porque la que golpeaba la puerta era Blancanieves, y los enanos estaban felices porque se sacaron de encima a Ocho, y Blancanieves era buenísima preparando viandas y desayunos.
—¿Sabe qué, don Sapo? —dijo la cigarra mientras se planchaba las patas con las manos—. Yo mejor me voy a cazar algunos bichos, que se viene la noche.
—Y que le vaya muy bien, doña Cigarra. Que le vaya bien.

María Eugenia Pons


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