"Cuenten con nosotros"

Proyecto de Cátedra de la cátedra Lenguaje Visual 3 - Fac. Bellas Artes. La Plata

Tuesday, May 12, 2009

Dar la cara

Era el primer día de nuestro tercer grado. La directora nos había hecho formar fila y entrar al aula.:
- Elijan un banco y un compañero. Ya vendrá la señorita- dijo, y salió cerrando la puerta.
No sabíamos nada sobre la maestra, que aspecto tenía, si era joven, si era nueva en la escuela o alguna conocida. En realidad ni sabíamos dónde estaba.
Seguimos la sugerencia de la directora nos sentamos casi como el año pasado. Había un grupo de chicos que no conocíamos que se ubicaron entre ellos.
Esperamos. No venía. Los varones comenzaron a ponerse nerviosos. Gritaban, se paraban. Mariano y Diego, ¡cuando no!, comenzaron a tirarse lápices uno al otro.
De pronto, una voz detrás de la puerta, dijo:
-Chicos ¿alguno sería tan amable de abrir la puerta por mí?
Silencio absoluto.
Yo me estaba por parar cuando Carolina, que siempre fue una chupa medias, me ganó de mano.
Todos nuestros ojos giraron hacia la persona que entraba, buscando para ver si era la maestra, y conocerla por fin.
La mujer entró. Traía en sus manos un Aconcagua de cosas: el registro de asistencia, dos carpetas, un grueso fajo de papeles, dos cartulinas,- una verde, la otra amarilla-, un mapa enrollado, cinco libros (un atlas, el libro de lectura, el de Ciencias Sociales, una Geometría y un diccionario gordo); una regla larga, un transportador, dos cajas con tizas, (blancas y de colores), y el borrador. Y llevaba su bolso al hombro, un paraguas y un abrigo en su brazo.
Nos asustamos, no por su cara que aún no habíamos podido ver, oculta por tanta cosa, sino pensando que ese material era el que iba usar hoy en clase. ¡Y era el primer día! ¡Qué nos esperaría después!
Todos seguimos mirando su espalda cuando se dirigía al escritorio.
En el piso había un lápiz. Pequeño. Inocente. El pie de la maestra se apoyó sobre él. El lápiz se deslizó.
Contuvimos la respiración
Sus piernas se elevaron. Altas. Muy altas. Su espalda se inclinó. Hacia abajo. ¡Más abajo! ¡Al piso! ¡La ley de gravedad en plena acción!
Nuestras miradas siguieron la caída de la maestra, y el vuelo de las dos cartulinas, del registro de asistencia, de los papeles que proyectados hacia el techo se separaron en forma de abanico. Las carpetas que salieron por los aires se abrieron, desparramando ejercicios de geometría por un lado, y poesías por el otro. La regla y el compás dieron una voltereta mezclándose con las tizas liberadas. El borrador salió lanzado como un cohete en Cabo Cañaveral. El mapa giró hacia arriba, en las alturas, y se desenrolló. Los libros volaron bajito, sobre todo el diccionario gordo.
Milagrosamente, la cartera, el paraguas y el abrigo permanecieron con ella.
Todo eso había pasado en milésimas de segundo.
Después empezó el aterrizaje. Los libros que estaban más cercanos fueron los primeros en alcanzar el cuerpo de la maestra. Luego cayó el mapa de América. Su cara quedó bajo Méjico, con la ciudad de Méjico instalada, justo, sobre la nariz. Una a una, bajaron las tizas, seguidas de las cajas vacías. La regla y el transportador, acostumbrados a trabajar juntos, descendieron coordinados. Las hojas cayeron por todos lados. Una carpeta, abierta aterrizó sobre Venezuela, sobre ella cayó el registro y luego las dos cartulinas, que quedaron en forma de cruz sobre el cuerpo. La carpeta de los poemas, sin hojas, descendió en el Mar Caribe y como una lluvia, todas las poesías se precipitaron sobre nosotros.
¿El borrador? ¡Ja!, descendió en picada, justo, en la cabeza de Carolina.
¿Y la maestra? Estaba allí, bajo todo el saber del mundo, y aún sin dar la cara.
La actividad del día, hasta ahora, había sido mirar a esa mujer desconocida que por un motivo u otro, nos ocultaba el rostro.
Desconcertados, con las bocas abiertas, los treinta alumnos mirábamos el Aconcagua convertido en sierra de Tandil sobre su cuerpo.
De pronto, una mano salió por debajo de los Estados Unidos y se movió saludando y una voz partió desde Guatemala diciendo:
-¡Buenos Días, chicos! Soy la señorita Silvia...¡Por favor que alguien llame a la directora! ¡Urgente!
Todos miramos a Carolina, que lloraba tocando su cabeza coronada por un chichón de color morado. Caro no hizo ningún intento para moverse.
Así que, agradecida al borrador, me paré y salí de prisa hacia la dirección para buscar ayuda. ¡Me moría por conocer la cara de la maestra!

Gloria Canal
jgcanal@telus.net

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