La Gata Catalina y el Pez Ballena
Había una vez una gatita llamada Catalina. Tenía el pelo suave y rubio. También unos bigotes largos como fideos y ojos negros, tan negros como una noche sin luna. Catalina tenía un amigo muy especial: un pez llamado Ballena. Catalina y Ballena eran muy amigos. Tanto, que todas las tardes juegan juntos.
Ballena, como todos los peces, vivía debajo del agua, donde jugaba a las
escondidas entre las plantas y las piedritas que había en la orilla del lago.
Catalina, como todos los gatos, no quería ni acercarse al agua. No le gustaba
mojarse, ni siquiera un poquito, porque decía que se le despeinaban los bigotes, y caminaba lejos de la orilla.
A Ballena le encantaba el agua. No podía vivir sin ella. A Catalina, como es
evidente, no. Sólo se acercaba al agua cuando tenía sed o para lavarse la carita.
Ballena y Catalina eran muy diferentes, pero se las ingeniaban para jugar
juntos. Cada tarde, cuando llega Catalina, Ballena saltaba fuera del agua, hacía una pirueta y volvía a zambullirse. Catalina lo miraba fijo e imitaba su pirueta que, como no quería saber nada con el agua, hacía en el aire.
Una vuelta hacia delante. Otra hacia atrás. Dos vueltas a la derecha. Cuatro a
la izquierda. Ballena y Catalina hacían pruebas cada vez más graciosas. Pasaban toda la tarde saltando de un lado para el otro.
Hacían dibujos en el aire. Dibujaban monos y lunas. Nubes y jirafas. Pelotas
y trencitos. Daban tantos, pero tantos saltos; hacían tantas, pero tantas
piruetas, que cuando el sol se iba a dormir, ellos lo seguían. Y soñaban. Soñaban que nadaban, que saltaban y, como no podía ser de otra manera, que hacían piruetas en el aire.
Daniel Giarone
Ballena, como todos los peces, vivía debajo del agua, donde jugaba a las
escondidas entre las plantas y las piedritas que había en la orilla del lago.
Catalina, como todos los gatos, no quería ni acercarse al agua. No le gustaba
mojarse, ni siquiera un poquito, porque decía que se le despeinaban los bigotes, y caminaba lejos de la orilla.
A Ballena le encantaba el agua. No podía vivir sin ella. A Catalina, como es
evidente, no. Sólo se acercaba al agua cuando tenía sed o para lavarse la carita.
Ballena y Catalina eran muy diferentes, pero se las ingeniaban para jugar
juntos. Cada tarde, cuando llega Catalina, Ballena saltaba fuera del agua, hacía una pirueta y volvía a zambullirse. Catalina lo miraba fijo e imitaba su pirueta que, como no quería saber nada con el agua, hacía en el aire.
Una vuelta hacia delante. Otra hacia atrás. Dos vueltas a la derecha. Cuatro a
la izquierda. Ballena y Catalina hacían pruebas cada vez más graciosas. Pasaban toda la tarde saltando de un lado para el otro.
Hacían dibujos en el aire. Dibujaban monos y lunas. Nubes y jirafas. Pelotas
y trencitos. Daban tantos, pero tantos saltos; hacían tantas, pero tantas
piruetas, que cuando el sol se iba a dormir, ellos lo seguían. Y soñaban. Soñaban que nadaban, que saltaban y, como no podía ser de otra manera, que hacían piruetas en el aire.
Daniel Giarone
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