"Cuenten con nosotros"

Proyecto de Cátedra de la cátedra Lenguaje Visual 3 - Fac. Bellas Artes. La Plata

Sunday, May 17, 2009

Atrapasueños

Te voy a contar una vieja historia que alguna vez fue escrita en un papel tan suave y tan leve como pluma y que gracias a un viento arrebatado del norte, llegó a mi ventana una mañana de abril para que hoy te la cuente aquí.
Y la historia comienza así:
“Cuentan que en el comienzo de los tiempos el mundo era marrón, era ocre, era castaño, era pardo, era tierra. Era.

Era entonces una casa en el comienzo de los tiempos, toda marrón, de ventanitas ocre, puertas castañas y un tejado pardo. Una.
Una casa con un niño pequeño, de ojos pardos, cabellos castaños, manitas ocre y ropa marrón y una abuela de paciencia castaña, sueños pardos, amor ocre y rostro marrón. Dulzura.

Una noche, el niño pequeño se despertó llorando. La abuela de amor ocre lo abrazó, dibujó estrellas con las lágrimas en ambas mejillas, hasta que el niño se durmió, iluminado, feliz, sonriente. Apenas hubo recuperado el sueño, la abuela se calzó sus sandalias trenzadas de cuero para salir a buscar algo más por la tierra. Entera.

La abuela, que conocía el secreto más secreto de la naturaleza, anduvo un buen rato buscando, buscando y buscando hasta que por fin encontró un sauce. Bien sabido es que hay especies de sauces que suelen llorar desde el principio de los tiempos aunque nunca nadie haya descubierto el porqué. ¿Por qué será?

La abuela acarició sus ramas y cortando una, le dio un beso, le secó una lágrima y volvió por el mismo camino rápidamente antes de que se despertara el niño. Con la rama armó un anillo, redondo, redondo como un sol o mejor aún como la luna llena. Y se fue dormir. Necesitaba descansar. Tal vez, los sueños...

Al día siguiente el niño pequeño, que aún llevaba las estrellas invisibles, jugaba con piedritas morenas cuando un haz de luz se enredó en su pelo y tomándolo con sus manitos ocres, lo enredó en la rama de sauce que la abuela había colgado en la entrada de la casa. El haz de luz se volvió de un amarillo intenso. La abuela lo ató bien para que no se pierda y al llegar la noche tomó un clavito de madera y colgó el anillo con el haz de luz sobre la cama del niño.
Parece que esa noche el pequeño durmió, durmió y durmió sin reparar que en toda la tierra algo muy raro estaba sucediendo. ¿Quién lo podría imaginar?

A la mañana siguiente la abuela de rostro marrón descubrió que el cabello del niño tenía haces de luz, que un pájaro de plumas amarillas revoloteaba las ventanas y toda la tierra amanecía cubierta de matas de flores alimonadas, doradas, girasoladas. El niño no podía salir de su asombro y alegría. Y la tierra también. Y la abuela. Todos.

La abuela saludaba al viento, bendecía al sauce, alimentaba al pájaro y reía como loca. El pájaro voló con el viento, para llegar hasta el sauce y cuando llegó la noche regresó a la casa con un extraño hilo del color anaranjado. El niño pidió a la abuela que lo ate al anterior, y así fue como con paciencia castaña, fue cosiendo el nuevo hilo desde afuera hacia adentro, que así es como se debe tejer. Ustedes preguntarán quién dice que deba hacerse así. Y eso es muy fácil: las arañas, que por el comienzo de los tiempos cuando la tierra era parda, abundaban por todas partes porque bien sabido es que las arañas son marrones, oscuras o claras, pero definitivamente marrones. ¿Por qué será?

Con la primera luz del día, la abuela y el niño pequeño se despertaron para desayunar y para su sorpresa descubrieron que la tierra se había iluminado de caminos de ladrillo, que crecían árboles de naranjas y mandarinas perfumadas. Y los dos se pusieron las sandalias de cuero para recorrer el camino, bebiendo un jugo delicioso y anaranjado. Delicioso.

Para su suerte, el niño ahora jugaba con piedras pardas y piedras anaranjadas e inventaba juegos que antes eran imposibles. Agitó con fuerza, mucha fuerza dos piedras para arrojarlas bien lejos al viento. El viento, bien sabido es que nunca deja las cosas en paz, revoleó ambas piedras contra el sauce. Cuando el niño fue a buscarlas no encontró sino al pájaro con una hebra de color rojizo en el pico. Como es de esperar, volvió corriendo a pedirle a la abuela que la teja de afuera hacia adentro en el anillo de sauce. Y esa noche, durmió el anillo, amarillo, anaranjado y rojizo, sobre la cabeza del niño. Soñar.

Todo esto sucedió en los días siguientes: primero, nacieron fresas, manzanas y tomates en todo el territorio que llegaban a recorrer con su vista. Y más, los atardeceres se volvieron rojos, rosados, amarillentos y anaranjados. Segundo día: el pájaro atrapó una hebra azul de la tarde y la tierra al otro día se llenó de nomeolvides, de lagos azules y de ríos azarosos. El tercer día, el niño lanzó al viento un nomeolvides que quedó atrapado en una nube roja, llovieron cintas violetas que la abuela tejió nuevamente de afuera hacia adentro y ya a la noche la tierra estaba tapizada de flores de jacarandaes. Y todas y cada una de las noches, la abuela lo colgó de la pared sobre el sueño del niño. En colores.

Siempre el pájaro traía lazos, traía hebras, traía cintas. Y siempre la abuela tejía como araña multicolor. Hasta que un día el niño pequeño encontró una piedra verde, el mismísimo día en que el tejido de la abuela había llegado justo al centro. La abuela tomó la piedra y la ató al tejido. Corazonada.

Al día siguiente el pájaro estaba increíblemente marrón, se desprendió una pluma y la ató también al anillo. Nunca más se supo de él. Dicen que voló a otras tierras. ¡En vuelo!

Y dicen que así fue el comienzo de los tiempos. Que fueron de color marrón y que los buenos sueños fueron pintando. Que hizo falta del vuelo de un pájaro y de la paciencia de una abuela tejedora para cambiar las cosas. Que no hay que olvidar una piedrita de color verde en el centro elegida por un niño pequeño y para terminar una pluma suave y leve como un papel. Todo esto debe colocarse colgado en la pared vigilando el sueño de quien uno quiera durante las noches. No importa si son de luna llena. Lo que sí importa es el permiso para soñar. ¿Por qué será?

María Eugenia Pons
marupons12@hotmail.com

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