"Cuenten con nosotros"

Proyecto de Cátedra de la cátedra Lenguaje Visual 3 - Fac. Bellas Artes. La Plata

Monday, April 25, 2011

El palacio


Poca gente sabe que en Sauce Viejo han construido un palacio. Está en la barranca del río. Lo diseñaron con hojitas de fresnos, totoras y juncos. Los pisos están tapizados por alfombras de pasto muy verde que el viento peina con una suavidad de garzas en vuelo.
Tiene las paredes recubiertas con mica, con cáscaras de huevo de colores y penachos de cebadilla y cardo. La luz del sol entra a raudales por las ventanas de cristal de lluvia y los nidos de los boyeros flotan al aire, aderezando las almenas de sus torres.
Frágil contra el cielo de verano y luminoso de arena dorada, se viste de lujos con el canto de las calandrias, a pique en el silencio de sus salones, en el agua quieta de sus fuentes.
Orfilia, la vieja tejedora, vive allí. Es la única araña que sabe sobrevivir a las tormentas o a las crecidas del río Coronda.
Ni bien se levanta a la mañana, comienza su tarea de enhebrar cordeles plateados formando curiosas redes y zarcillos.  En cada vuelta de la trama quedan enganchadas gotitas de rocío, que el sol, aún sin asomar del todo, vuelve rojas, naranjas, verdes.
El aire agita la tela y las gotas vibran haciendo luces sobre las piedras del suelo, lo mismo que una lámpara de caireles antiguos, que alumbra la costa.
Orfilia vive sola en la barranca. Con sus ojos viejos mira pasar las aguas color tierra que no se detienen a pesar de las sequías, de los temporales, de los vientos. Levanta los ojos para ver que allí siguen sus olas breves y marrones.
Después continúa su tejido permanente.
A veces, los primeros mosquitos del verano, la saludan en vuelo.
-¿Cómo está Orfilia? Aquí volvimos nosotros a pasar otro verano.
La araña entonces alza las patas y arma un saludo desde su estera de pichanilla y alas de grillo.
Parece una dama colonial cuando se asoma a la baranda de pastos. Su traje de seda gris se abre en gajos sobre el suelo y sus patas se enredan entre las perlas y los collares que viste.
Unos sapos le cantan serenatas, mientras aparecen rebotando con torpeza, ni bien las sombras de atardecer pueblan de frescura la playa.  Croan y saltan como arrugados globitos y compiten entre ellos a ver quién es más afinado. Desde el zanjón, las ranas se codean entre sí adivinando cada canción en la noche.
Pero el pasatiempo favorito de Orfilia es recordar lo vivido en su casa. Se pasa horas pensando en las risas que se escucharon, en los giros de trompo de los bailarines, en esa pausa que queda cuando los invitados se despiden después de las tertulias.
Porque en la casa de Orfilia vive la música. Ahí los saraos duran noches enteras. Mientras un cuis abanica a la anfitriona con una hoja de camalote, las lombrices siguen bailando las polcas de las chicharras que, estación tras estación, mejoran su repertorio.
Cuentan que en una de esas fiestas, una culebra ridícula apareció con un inmenso sombrero de flores de tuna en la cabeza. Cada bicho que la invitaba a bailar tenía que atajarse para no engancharse un ojo con las espinas.
El tero llegó tarde porque se demoró acicalándose las plumas para estar presentable. Y Dora, la hormiga colorada, se bajó de una de sus alas cuando este llegó al palacio.
También dos iguanas en alpargatas le trajeron de regalo sendas valijas hechas con el cuero que habían perdido la temporada anterior. Eran muy ahorrativas.
Los bichos canasto envolvían cocuyos y se colgaban uno al lado del otro formando guirnaldas de luces para iluminar el salón. Y los bichos bolita se hacían un rulo y se apilaban para formar confortables asientos.
Todo había sido armonía en sus días de perpetua tejedora de fiestas. Salvo por uno cuyo recuerdo la angustiaba.
Una mañana el perro de la casa grande, llegó a los ladridos pelados.
Orfilia se despertó asustada. En todo el palacio retumbaban los ladridos como martillazos.
Una rana que se había quedado en el zanjón cantando hasta tarde, trató de espantarlo saltándole al hocico, pero el perro, cada vez más furioso, se volvía jadeante dispuesto a destruir el único palacio de Sauce Viejo.
Los animales grandes no querían la casa de Orfilia porque lo que no se entiende da miedo y se piensa que debe ser destruido para que no moleste.
Cuando vieron cerca al perro, los amigos de la araña salieron de sus escondites.
Las anguilas y las rayas se asomaron fuera del agua preparadas para saltar cuando el perro llegara.
El grillo Renato, profesor de teoría y solfeo, llamó a las torcazas que bajaron desde las ramas del sauce y comenzaron a clavar vuelos rasantes sobre las orejas del forajido.
Todos repetían:
-¡Atacan el palacio de Orfilia! ¡Hay que ayudarla!
Pero justo cuando ya las patas del perro estaban cerquita del muro principal, los ladridos cesaron como por obra de un mago.
Alguien, una voz que no era igual a la de los animales sauceños, sonó como un galope en la barranca.
-¡Toribio, vení adentro!... ¡dejá de ladrar!
Orfilia sabe que las arañas no son queridas por los humanos. Pero desde ese día, ella los mira pasar despreocupados. Sobre botes ligeros, con cañas de pescar o silbando por la playa.
Entonces les regala una sonrisa porque sabe que a su manera, se necesitan.
Y mientras las estrellas perforan un cielo azul, de pana, sigue tejiendo, esperando que el murmullo de las canoas y el humo de las fogatas preparen el paisaje para la nueva sinfonía de la costa.

Autor: Miguel Ángel Gavilán
Santa Fe

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