"Cuenten con nosotros"

Proyecto de Cátedra de la cátedra Lenguaje Visual 3 - Fac. Bellas Artes. La Plata

Sunday, May 17, 2009

El tercer planeta

Es una mañana anaranjada, como todas las últimas mañanas del verano de Punjab, el tercer planeta de la Galaxia del Sur.
Halidor piensa que de sostenerse por dos días más esta situación, el planeta entero podrá entrar a una situación de caos irreversible.

Desde la ventana de la torre, se sienta a contemplar el paisaje como si fuera la última vez que lo hará y recuerda a Punjab, en otros tiempos lejanos cuando él no era rey sino niño.
Halidor se ve a sí mismo jugando entre árboles de más de diez metros de altura. Si había algo que caracterizaba al tercer planeta era la existencia de árboles con increíbles hojas y troncos dorados. Y si bien todos eran del mismo color, sus estructuras eran múltiples. Algunos de ellos crecían aislados entre sí y adoptaban formas circulares; otros, cúbicas y otros, en forma de dodecaedro. Pero las especies más curiosas eran las que se agrupaban en bosques. En Punjab, crecían árboles que se abrazaban entre sí formando cuevas y lo que resultaba realmente original era que lejos de dar sombra, apenas los rayos del sol de la Galaxia del Sur asomaban al día, la confluencia de árboles dorados unidos entre sí por sus copas, hacía pensar en un amplio salón iluminado. Otras especies crecían más altas sin ramas ni hojas, cónicas y puntiagudas en el extremo. Estos troncos ralos ascendían curvados, zigzagueantes y angulares, a la manera de gigantescos rayos.
Los bosques y los árboles habían sido el orgullo de Punjab, el planeta más pequeño de la Galaxia Sur, hasta que llegaron las naves interestelares y se llevó a cabo el trato.
Diez años antes del infortunio, Halidor había llegado a la edad de asumir el reinado. Delidor, su padre, debía partir al cuarto planeta reservado para los punjabitas que deseaban retirarse de la vida activa. El reinado de Delidor se había caracterizado por una inmensa sabiduría al escuchar las necesidades de sus súbditos y el respeto que cada uno de los habitantes de Punjab le merecía.
Nueve años después de haber asumido el mando, Halidor recibió una curiosa visita, la de Mentor, un viejo comerciante proveniente del asteroide Prístino.
- Bienvenido a Punjab, Mentor- dijo con cierta desconfianza Halidor.- ¿Qué te trae por aquí?
- Debo recordarte que la belleza de tu planeta es tan famosa que excede a la Galaxia del Sur, así como la sabiduría con que tú, tu padre y para no ser injusto, todos vuestros antepasados, lo gobiernan desde tiempos remotos.
- Sí, es verdad mi planeta es de una hermosura incomparable pero, no creo que tu visita responda sólo al deseo de elogiarla.
- No, es cierto. Vengo porque tengo un trato para hacerte y quiero que me escuches.
- ¿Qué necesitas de nosotros?
- Tu tierra es famosa a causa de sus árboles. Aquí crecen especies imposibles de encontrar en planeta alguno. ¿Pensaron cuánto ganarían vendiendo una parte, digo, sólo una parte de ellas?
- No, en verdad, nunca lo hemos considerado.
- Supongamos que ustedes vendieran la mitad, nada más que la mitad, les quedaría la otra parte, hasta tanto vuelvan a crecer los nuevos árboles y con todas las riquezas que obtendrían a cambio, podrían mejorar sus naves, desarrollar tecnología en sus
comunicaciones interplanetarias, modernizar este palacio que, mirándolo bien, se ve bastante anticuado…
- ¿Le parece? No me había dado cuenta.
- ¿Cuánto hace que usted no sale de este pequeño rincón del Universo? ¿Lo pensó?
- En verdad, mucho, creo que demasiado.
- Si usted saliera, se daría cuenta cuánto ha cambiado y cuán, digamos, atrasado, se ve Punjab con respecto de los otros planetas que he visitado.
- ¿Tanto?
- Pero no es para preocuparse… vendiendo como le he dicho, la mitad de sus bosques, que sin dudas volverá a recuperar en poco tiempo en estas tierras benignas, usted podrá invertir ese dinero en estructuras que coloquen a Punjab a la altura del más avanzado de los planetas.
- Tanto dinero recibiremos por nuestros árboles.
- ¡Toda ganancia para usted! Si consideramos que, en breve, sus árboles volverán a crecer y encima recibe la suma que estoy dispuesto a ofrecerle. ¡Yo sí que estoy en desventaja frente a ustedes!
Y así fue como Halidor permitió que en los días que siguieron al trato, un tránsito incesante de naves interestelares atravesara los cielos de Punjab, despojándola de la mitad de sus bosques y sus árboles aislados.
Los punjabitas se organizaron para protestar por la medida, nunca antes habían cortado árbol alguno, salvo en los casos de necesidades extremas, que por su condición excepcional, no eran frecuentes. Halidor había tratado de persuadirlos mencionando una a una las bondades que traería el dinero obtenido por la venta. Fue así como cada lugar antes ocupado por los bosques, era reemplazado por una moderna planta de desarrollo de medios de intercomunicación planetaria que dejó satisfecha a buena parte de los punjabitas.
Pero poco a poco cambió el clima del tercer planeta, sin que pudieran hacer nada para impedirlo. El cielo fue tornándose de un anaranjado cada vez más intenso y las lluvias dejaron de caer regularmente como solían hacerlo antes del trato. Con el correr de los meses, apenas unas pocas gotas doradas, pero sin brillo, clavaban la tierra con pesadez y desaparecían en ella sin dejar huella. Los árboles restantes comenzaron a perder brillo, consistencia, dureza, hasta convertirse en imágenes desoladas y secas de lo que alguna vez había sido.

Dos días pasaron de la mañana en que Halidor recordaba el maldito trato. No ha caído una sola gota de lluvia. Todo el planeta está deshidratado y enfermo y Halidor sigue en su torre pulsando con desesperación botones de un sofisticado elemento de intercomunicación planetaria sin obtener la más mínima respuesta. Halidor, impotente decide entonces salir de su torre a buscar ayuda entre sus súbditos.
En el camino se detiene, un susurro débil se alza en la tierra reseca. Pequeños brotes dorados insisten en nacer. Halidor los mira y llora sin saber qué hacer. Sus lágrimas los alimentan y no tardan en crecer. Poco a poco, han llegado los pocos sobrevivientes de Punjab. Halidor ahora puede escuchar su llanto y también sus voces que anuncian el tiempo de volver a empezar.

María Eugenia Pons

marupons12@hotmail.com

Cuento con rulos

ANDRÉS TIENE LA CABEZA LLENA, MÁS QUE LLENA, DE RULOS. SU MAMÁ DICE QUE DE CADA RULO LE CUELGA UN SUEÑO. Y CLARO, ANDRÉS TIENE SUEÑOS, MUY SEGUIDO.
TODAS LAS NOCHES, ANTES DE IR A DORMIR, SU MAMÁ LE CUENTA UN CUENTO SIEMPRE NUEVO, SIEMPRE A PEDIDO.
-¡QUIERO QUE ME CUENTES UN CUENTO CON DRAGONES! – DIJO ANDRÉS EL LUNES. Y FUE LA MAMÁ Y SE LO CONTÓ. ESA NOCHE SOÑÓ QUE ERA UN CABALLERO ANDANTE CON ARMADURA RELUCIENTE. SOÑÓ QUE LUCHABA CON UN DRAGÓN HASTA CLAVARLE SU LANZA DE JUGUETE. A LA MAÑANA SIGUIENTE, TODOS SUS MUÑECOS ESTABAN SENTADOS EN CÍRCULO ALREDEDOR DE LA CAMA, CONTENTOS DE HABER DISFRUTADO DE LA CONTIENDA. ANDRÉS SE PEINÓ UN RULO NUEVO.
-¡QUIERO QUE ME CUENTES UN CUENTO CON ORQUESTA! – DIJO ANDRÉS EL MARTES. Y FUE LA MAMÁ Y SE LO CONTÓ. ESA NOCHE SOÑÓ QUE ERA MÚSICO Y PODÍA TOCAR PIANO, VIOLÍN, CLARINETE, SAXOFÓN Y BATERÍA COMO EL MEJOR. A LA MAÑANA SIGUIENTE, TODOS SUS MUÑECOS PARECÍAN CANSADOS DE TANTO BAILAR. NO QUISIERON JUGAR EN TODO EL DÍA Y ANDRÉS SE ENCONTRÓ CON UN RULO RARÍSIMO CON FORMA DE CLAVE DE SOL.
-¡QUIERO QUE ME CUENTES UN CUENTO CON FANTASMAS! – DIJO ANDRÉS EL MIÉRCOLES. Y FUE LA MAMÁ Y SE LO CONTÓ. ESA FUE UNA NOCHE DRAMÁTICA. ANDRÉS CORRIÓ TODA LA NOCHE POR LOS PASILLOS DE UNA CASA EMBRUJADA. A LA MAÑANA SIGUIENTE, TODOS LOS MUÑECOS APARECIERON ESCONDIDOS DEBAJO DE SU CAMA Y COSTÓ MUCHÍSIMO VOLVER A SENTARLOS EN SUS ESTANTES. NO QUERÍAN DESPEGARSE, ESTABAN TOTALMENTE ENREDADOS. LO MISMO PASABA CON LOS RULOS DE ANDRÉS.
-¡QUIERO QUE ME CUENTES UN CUENTO DE AMOR! – DIJO ANDRÉS EL JUEVES. Y FUE LA MAMÁ Y SE LO CONTÓ. ESA NOCHE SOÑÓ CON LA PETI, LA QUE SE SIENTA EN EL PRIMER BANCO, LA PRIMERA DE LA FILA, LA DE LAS TRENZAS LARGAS. LA QUE JUEGA AL FÚTBOL Y CUENTA HISTORIAS MUY DIVERTIDAS. JUSTITO ÉSA. A LA MAÑANA SIGUIENTE, SONÓ EL TELÉFONO. ERA LA PETI. LLAMABA PARA INVITARLO A JUGAR EL SÁBADO EN SU CASA Y CONTARLE HISTORIAS NUEVAS DE DRAGONES Y FANTASMAS.
Y AHÍ NOMÁS A ANDRÉS LE SALIÓ OTRO RULO, SIN NOCHE Y SIN CUENTO PERO CON UN SUEÑO LINDO, MÁS QUE LINDO, QUE LE DURÓ TODO EL FIN DE SEMANA.


María Eugenia Pons
marupons12@hotmail.com

Atrapasueños

Te voy a contar una vieja historia que alguna vez fue escrita en un papel tan suave y tan leve como pluma y que gracias a un viento arrebatado del norte, llegó a mi ventana una mañana de abril para que hoy te la cuente aquí.
Y la historia comienza así:
“Cuentan que en el comienzo de los tiempos el mundo era marrón, era ocre, era castaño, era pardo, era tierra. Era.

Era entonces una casa en el comienzo de los tiempos, toda marrón, de ventanitas ocre, puertas castañas y un tejado pardo. Una.
Una casa con un niño pequeño, de ojos pardos, cabellos castaños, manitas ocre y ropa marrón y una abuela de paciencia castaña, sueños pardos, amor ocre y rostro marrón. Dulzura.

Una noche, el niño pequeño se despertó llorando. La abuela de amor ocre lo abrazó, dibujó estrellas con las lágrimas en ambas mejillas, hasta que el niño se durmió, iluminado, feliz, sonriente. Apenas hubo recuperado el sueño, la abuela se calzó sus sandalias trenzadas de cuero para salir a buscar algo más por la tierra. Entera.

La abuela, que conocía el secreto más secreto de la naturaleza, anduvo un buen rato buscando, buscando y buscando hasta que por fin encontró un sauce. Bien sabido es que hay especies de sauces que suelen llorar desde el principio de los tiempos aunque nunca nadie haya descubierto el porqué. ¿Por qué será?

La abuela acarició sus ramas y cortando una, le dio un beso, le secó una lágrima y volvió por el mismo camino rápidamente antes de que se despertara el niño. Con la rama armó un anillo, redondo, redondo como un sol o mejor aún como la luna llena. Y se fue dormir. Necesitaba descansar. Tal vez, los sueños...

Al día siguiente el niño pequeño, que aún llevaba las estrellas invisibles, jugaba con piedritas morenas cuando un haz de luz se enredó en su pelo y tomándolo con sus manitos ocres, lo enredó en la rama de sauce que la abuela había colgado en la entrada de la casa. El haz de luz se volvió de un amarillo intenso. La abuela lo ató bien para que no se pierda y al llegar la noche tomó un clavito de madera y colgó el anillo con el haz de luz sobre la cama del niño.
Parece que esa noche el pequeño durmió, durmió y durmió sin reparar que en toda la tierra algo muy raro estaba sucediendo. ¿Quién lo podría imaginar?

A la mañana siguiente la abuela de rostro marrón descubrió que el cabello del niño tenía haces de luz, que un pájaro de plumas amarillas revoloteaba las ventanas y toda la tierra amanecía cubierta de matas de flores alimonadas, doradas, girasoladas. El niño no podía salir de su asombro y alegría. Y la tierra también. Y la abuela. Todos.

La abuela saludaba al viento, bendecía al sauce, alimentaba al pájaro y reía como loca. El pájaro voló con el viento, para llegar hasta el sauce y cuando llegó la noche regresó a la casa con un extraño hilo del color anaranjado. El niño pidió a la abuela que lo ate al anterior, y así fue como con paciencia castaña, fue cosiendo el nuevo hilo desde afuera hacia adentro, que así es como se debe tejer. Ustedes preguntarán quién dice que deba hacerse así. Y eso es muy fácil: las arañas, que por el comienzo de los tiempos cuando la tierra era parda, abundaban por todas partes porque bien sabido es que las arañas son marrones, oscuras o claras, pero definitivamente marrones. ¿Por qué será?

Con la primera luz del día, la abuela y el niño pequeño se despertaron para desayunar y para su sorpresa descubrieron que la tierra se había iluminado de caminos de ladrillo, que crecían árboles de naranjas y mandarinas perfumadas. Y los dos se pusieron las sandalias de cuero para recorrer el camino, bebiendo un jugo delicioso y anaranjado. Delicioso.

Para su suerte, el niño ahora jugaba con piedras pardas y piedras anaranjadas e inventaba juegos que antes eran imposibles. Agitó con fuerza, mucha fuerza dos piedras para arrojarlas bien lejos al viento. El viento, bien sabido es que nunca deja las cosas en paz, revoleó ambas piedras contra el sauce. Cuando el niño fue a buscarlas no encontró sino al pájaro con una hebra de color rojizo en el pico. Como es de esperar, volvió corriendo a pedirle a la abuela que la teja de afuera hacia adentro en el anillo de sauce. Y esa noche, durmió el anillo, amarillo, anaranjado y rojizo, sobre la cabeza del niño. Soñar.

Todo esto sucedió en los días siguientes: primero, nacieron fresas, manzanas y tomates en todo el territorio que llegaban a recorrer con su vista. Y más, los atardeceres se volvieron rojos, rosados, amarillentos y anaranjados. Segundo día: el pájaro atrapó una hebra azul de la tarde y la tierra al otro día se llenó de nomeolvides, de lagos azules y de ríos azarosos. El tercer día, el niño lanzó al viento un nomeolvides que quedó atrapado en una nube roja, llovieron cintas violetas que la abuela tejió nuevamente de afuera hacia adentro y ya a la noche la tierra estaba tapizada de flores de jacarandaes. Y todas y cada una de las noches, la abuela lo colgó de la pared sobre el sueño del niño. En colores.

Siempre el pájaro traía lazos, traía hebras, traía cintas. Y siempre la abuela tejía como araña multicolor. Hasta que un día el niño pequeño encontró una piedra verde, el mismísimo día en que el tejido de la abuela había llegado justo al centro. La abuela tomó la piedra y la ató al tejido. Corazonada.

Al día siguiente el pájaro estaba increíblemente marrón, se desprendió una pluma y la ató también al anillo. Nunca más se supo de él. Dicen que voló a otras tierras. ¡En vuelo!

Y dicen que así fue el comienzo de los tiempos. Que fueron de color marrón y que los buenos sueños fueron pintando. Que hizo falta del vuelo de un pájaro y de la paciencia de una abuela tejedora para cambiar las cosas. Que no hay que olvidar una piedrita de color verde en el centro elegida por un niño pequeño y para terminar una pluma suave y leve como un papel. Todo esto debe colocarse colgado en la pared vigilando el sueño de quien uno quiera durante las noches. No importa si son de luna llena. Lo que sí importa es el permiso para soñar. ¿Por qué será?

María Eugenia Pons
marupons12@hotmail.com

Como dos pájaros

Hacia ya dos días que había pasado la fiesta de cumpleaños y en el patio, junto a unas guirnaldas desteñidas por el sol, estaba atado el único globo que no consiguió dueño.
Nadie lo había querido. Todos los otros globos habían sido elegidos y unas manos ávidas de juegos y travesuras se los habían llevado. A él …no. Una pena grandota y redonda lo fue envolviendo. La soledad burlista le hacía muecas. Ya se estaba desinflado y su piel de goma se iba arrugando un poco por falta de aire y un mucho por sobra de tristeza.
Pero también hacía dos días que Vientito Picarón (el hijo pícaro de doña Brisa y don Viento) estaba espiando . Él estaba acostumbrado a los rezongos de la gente, a los insultos de los señores con peluquines; a los desprecios de las señoras que barren veredas en otoño, de las mujeres con faldas anchas, de las jovencitas delgadísimas que tienen que salir con un ancla para que nos la eleve por el aire…
Pero eso no le importaba porque él sabía del cariño de los chicos y los barriletes, de los veleros y sus navegantes, de las señoras que lavan ropa y esperan que se seque rápido, de las hoja secas que salen a bailar con él su danza de otoño, de los peluquines que se ríen a carcajadas entre tanta vida aburrida tapando peladas … él sabía que así es la vida y no se deprimía y siempre estaba poblado de ilusiones y esperanzas.
Como ya hacía dos días que estaba espiando a Globito , tuvo una idea…con sus manos de aire desató el hilo que lo hacía prisionero, lo infló de ternura y lo invitó a realizar un paseo.
Así fue que esa tarde los dos salieron de excursión. Globito se sentía libre y feliz, pero temía que por tanta alegría se fuera a reventar. Vientito Picarón también se sentía feliz porque había encontrado un amigo para compartir sus soledad y picardías.
Muy despacio cruzaron el barrio. Confundieron al gallito de la veleta que se quedó girando con la boca abierta. Asustaron a la campana de la iglesia que se quedó muda por un largo rato. Tuvieron mucho cuidado con los cables de la luz y del teléfono… ¡no fuera a ser cosa que los tomaran prisioneros!.. Entre charlas y risas llegaron al parque de don Evaristo.
¡Qué lindo era ver a Globito en el sube y baja y a Vientito Picarón en el tobogán!.¡Cómo giraron en la calesita y volaron en las hamacas!

De allí fueron al centro a ver vidrieras. Se sentaron a descansar sobre las letras apagadas de un cartel luminoso y llegaron a la conclusión de que estaban muy cansados, no de viajar sino del bochinche, de las voces, las bocinas, motores… en fin, del bullicio de doña ciudad y decidieron escapar de allí.

Se elevaron bieeen altoooo para poder descubrir entre tantos edificios gigantes el camino abierto y amplio del campo. Con mucha dificultad lo encontraron y para allá salieron volando.
Vientito Picarón llevaba a Globito a un mundo desconocido y extraño.
Doña ciudad iba quedando atrás con su arquitectura almidonada, sus mil voces de máquina, su sonrisa de luces artificiales.
Los dedos de alambre de un millar de antenas los saludaban como si de pronto el techo de la ciudad fuese el esqueleto de un abanico de plata.

Así empezaron a alejarse, pero todavía faltaba lo más peligroso… pasar por la zona de las fábricas. Vientito ,ya experimentado, propuso juntar todas sus fuerzas para volar lo más alto posible. A globito le temblaba su colita de hilo, un poco por miedo y otro por emoción.
A medida que se acercaban se oía un ruido infernal, como si rugieran cientos de leones enjaulados y despidieran por sus grandes bocazas todo el humo de sus enojos. Cada fábrica tenía enojos de distintos colores porque por las chimeneas salían humos negros, grises y con olores tan fuertes que los árboles de allí crecían debiluchos y con un broche en la nariz.

Vientito Picarón y Globito juntaron sus fuerzas y sus aires para traspasar la cortina de humos y …
¡ ZUmmmmmmmm! ¡ZUmmmmmmmmm! ¡Cofffffffff…….coffffffffffff!
A las tosidas, estornudos y todos tiznados de hollín pudieron llegar al otro lado..
Tenían la cara y el cuerpo sucios, con huellas de tizne, pero con chispas de felicidad y ahora ante sus ojos vestidos de asombro, el campo le abría sus brazos maduros de soles y semillas.
Apenas los vieron, una chiquilinada de gorriones, los invitó a jugar a la rayuela mientras la tarde -cansada de arrastrar su vestido de sol por las cosas- se iba recostando sobre una cama verde de alfalfa que ahora lucía contornos dorados.
Los gorriones volaron a sus nidos y desde los surcos de la tierra comenzó a nacer la paz y el silencio. Un olorcito a poleo y peperinas iba subiendo por las escaleras del atardecer.

Vientito Picarón y Globito estaban cansados, sucios, felices, radiantes , queridos, aceptados, libres…
Así los descubrió la luna en la rama de un arbolito. Un ovillo de ternura , dos vuelos de esperanza… Dormían abrazados.
Eran dos pájaros sin alas, entibiando un nido abandonado.

Vilma Novick Freyre
brujiskaya@gmail.com

Saturday, May 16, 2009

Pepo va al jardín

Nota: La gracia de esta historia es que las ilustraciones se focalicen en las experiencias de jardín del personaje-narrador, Pepo, el peluche de Luciano.)

Ya son las ocho. “¡Luciano, levantate!”, escucho que dice la mamá. Luciano y yo nos estiramos, largos como fideos, y nos enroscamos en las sábanas para dormir un rato más, ¡porfi, mami! Pero hoy no se puede: hoy empieza el jardín y hay que ponerse el delantal y desayunar rapidito porque se hace tarde.
Cuando salimos a la calle, por todas partes se ven muñecos que van con sus nenes a la escuela. No soy el único que está medio dormido y con un poco de susto en la panza. ¿Cómo será el jardín?
En la puerta nos reciben las seños con sus sonrisas blancas: los muñecos y los nenes, a l patio, a saludar a la bandera; las mamás, papás y abuelos también pueden cantar.
Después, cada uno a su salita y, por ser el primer día, a los mayores los dejan de recreo en el patio.
Como los nenes tienen que trabajar, a los muñecos nos ponen en un estante donde jugamos entre nosotros. Pero cuando la seño dice que va a contar un cuento, abrimos grandes las orejas, igual que los chicos.
“¡Cómo nos gustaría jugar con la masa verde y hacer bolitas, caracoles y serpientes!”, pensamos. Tanto lo pensamos que Luli, la vaquita de Nacho, se estira para ver mejor y se cae en medio de una torta chueca de feliz cumpleaños.
Antes de salir al patio, es la hora de la merienda: ahí sí los nenes nos buscan y nos convidan galletitas y jugo. ¡Ay, que acabo de volcar sin querer el vaso de Camila! ¡Que la seño no me rete! Pero la seño no me reta. Me da un beso en la cabeza y me hace a upa mientras limpia el enchastre con la otra mano: parece una mamá. Y hablando de mamás, las mamás y los papás siguen charlando, pero ahora más lejos, justito en la vereda.
En el recreo nos subimos a la calesita todos juntos, los nenes y los muñecos, y jugamos a que es un auto. Yo me hago amigo de Luna, la perra de Teo, y de Monster, el superhéroe de Juliana, y antes de que el recreo se termine, a los tres nos dejan tirarnos solos por el tobogán.
Ahora viene la seño de música y nos enseña una canción que dice así:

En la punta de una rama,
en la punta había una flor,
en la flor había una abeja,
hizo zzz y se voló.

Los nenes la cantan cada vez más rápido, más rápido, y los muñecos volamos por el aire cada vez que terminan... ¡Qué divertido! Al final, cantamos suavecito y nos quedamos dormidos en el suelo.
Después hacemos con la seño un tren bien largo: un nene, un muñeco, un nene, un muñeco, un nene, un muñeco...todos los amigos.. Y vamos hasta la salida. Allí, las mamás, papás y abuelitos, que hace rato que no veíamos, están otra vez, llenos de caricias y preguntas. “

“¡Hasta mañana!”, dice la seño, y le da un beso a cada nene y un abrazo a cada muñeco. Y ahora que vuelvo por la vereda de casa, me pregunto: “¿Faltará mucho para mañana?” Es que tengo miedo de que vengan otra vez las vacaciones y que Luciano me deje aburrido sobre la cama... ¡Está buenísimo el jardín!

Cecilia Pisos

Tuesday, May 12, 2009

QUIERO UN DUENDE...

-Papá ¿existen los duendes?-preguntó una tarde Sebastián.
El padre, sorprendido, contestó:
-Creo que sí, hijo.
-¿Como el Sombrerudo y el Mikilo?
-Sí, como ésos.
Intervino Candelaria:
-Papi, yo quiero un duende
-Pero, Candi ¿de dónde voy a sacar duendes? No se pueden cazar, ni comprar,
ni pescar. Son seres muy especiales.
Sebastián exclamó:
-¿Qué hacen entonces? ¿O no hacen nada?
- “¿Saben, chicos? Hay dos clases de duendes: los serios y los traviesos. Estos, molestan a la gente. Los serios, trabajan, por ejemplo, cuidan el ambiente.
Les voy a contar lo que le sucedió al duende Mil Til.
Era chiquito, muy chiquito. No duraba mucho tiempo en ninguna parte.
Si iba a cosechar uvas doradas, negras, rosadas, verdes, los vendimiadores lo pisaban.
Cuando cortaba peras o duraznos, le caían en la cabeza y lo llenaban de chichones.
En la plantación de espárragos, se perdía.
El Gran Jefe de los Duendes, al ver su fracaso en el campo, lo envió a la montaña.
Era una montaña nevada, muy alta, donde sus compañeros duendes protegían a los esquiadores. ¡Se hundió en la nieve, y lo tuvieron que auxiliar entre todos!
Todo le salía mal al pobre Mil Til. Probó en el río. Se metió en un gomón lleno de turistas, cayó al agua y, aunque sabía nadar, por poco se ahoga.
Entonces, el Gran Jefe de los Duendes lo llamó y le dijo:
-Mil Til, estoy enojadísimo con vos. Ya has cambiado muchas tareas, y no servís en ninguna. Te doy la última oportunidad: en tres días, debés lograr algo para hacer, y hacerlo bien. De lo contrario, tendrás que irte del País de los Duendes.
Mil Til se puso muy triste, pero no abandonó su proyecto de conseguir un trabajo.
Caminó por un barrio con callecitas de tierra bordeadas por acequias, veredas con álamos, familias arreglando los jardines...y muchos niños. ¡Era encantador!
-Me gusta aquí-, pensó, y cantó su canción preferida. Claro que nadie podía escucharla.
Mil Til fue con los nenes pequeños, que jugaban con cubos, muñecos y autitos. No le gustó.
Pasó por una cancha donde practicaban fútbol. Se quedó un rato, y tampoco le agradó.
En un patio, chicos y chicas corrían con el viejito y la escondida. No le pareció interesante.
Entonces, observó un grupo que andaba en patinetas, triciclos y bicicletas.
¡Esto sí que era divertido!
Siguió a los mayores, los que usaban bicis sin rueditas. Algunos se caían, hasta un nene se raspó la rodilla.
-Yo puedo arreglar esto-, pensó Mil Til.
Y comenzó a correr al lado de un chico, sosteniendo su bicicleta, hasta que aprendió a dominarla. Luego, pasó a otro, y así con todos, mientras no se sentían seguros. El duende cuidaba todos los detalles, y se divertía.
¡Allí quería quedarse! Pero no dependía de él. Al tercer día, se presentó al Gran Jefe de los Duendes, quien se puso muy contento con la noticia.
-Por fin, Mil Til. Me alegra que hayas encontrado un trabajo y lo hagas bien. Allí seguirás, porque te nombraré CUIDADOR DE CHICOS EN BICICLETA.
Y desde entonces, Mil Til, el duende chiquito, vivió feliz y contento. Y así se terminó este cuento.”
Papá suspiró. Candelaria aplaudió. Sebastián, muy serio, dijo:
-Papi ¿todos los chicos tenemos un duende invisible que nos cuida?
-Así es...
Candelaria interrumpió:
-Lo mismo lo voy a llamar para que juegue conmigo... ¿Y me va a contestar?
-No lo sé. Tal vez el duende les responda, pero no en la forma en que contestamos nosotros. En algún momento, cuando sientan un soplo de viento muy suave en sus caritas, un susurro junto a sus oídos, sabrán que Mil Til está a su lado, y no los va a abandonar nunca...
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MIKILO- Duende inquieto y juguetón, de 50 cm. de altura. Mito del Norte argentino. Tiene la mitad de su cuerpo de hombre, y la otra, de perro, pero con patas de gallo, manos enormes y larga cola emplumada. Se esconde tras las rocas solitarias de la Puna, y en los manantiales. Le han oído tocar la guitarra y cantar.
LIDIA MARÍA FORMIGA DE TOSCO
lformigatosco@yahoo.com.ar

Dar la cara

Era el primer día de nuestro tercer grado. La directora nos había hecho formar fila y entrar al aula.:
- Elijan un banco y un compañero. Ya vendrá la señorita- dijo, y salió cerrando la puerta.
No sabíamos nada sobre la maestra, que aspecto tenía, si era joven, si era nueva en la escuela o alguna conocida. En realidad ni sabíamos dónde estaba.
Seguimos la sugerencia de la directora nos sentamos casi como el año pasado. Había un grupo de chicos que no conocíamos que se ubicaron entre ellos.
Esperamos. No venía. Los varones comenzaron a ponerse nerviosos. Gritaban, se paraban. Mariano y Diego, ¡cuando no!, comenzaron a tirarse lápices uno al otro.
De pronto, una voz detrás de la puerta, dijo:
-Chicos ¿alguno sería tan amable de abrir la puerta por mí?
Silencio absoluto.
Yo me estaba por parar cuando Carolina, que siempre fue una chupa medias, me ganó de mano.
Todos nuestros ojos giraron hacia la persona que entraba, buscando para ver si era la maestra, y conocerla por fin.
La mujer entró. Traía en sus manos un Aconcagua de cosas: el registro de asistencia, dos carpetas, un grueso fajo de papeles, dos cartulinas,- una verde, la otra amarilla-, un mapa enrollado, cinco libros (un atlas, el libro de lectura, el de Ciencias Sociales, una Geometría y un diccionario gordo); una regla larga, un transportador, dos cajas con tizas, (blancas y de colores), y el borrador. Y llevaba su bolso al hombro, un paraguas y un abrigo en su brazo.
Nos asustamos, no por su cara que aún no habíamos podido ver, oculta por tanta cosa, sino pensando que ese material era el que iba usar hoy en clase. ¡Y era el primer día! ¡Qué nos esperaría después!
Todos seguimos mirando su espalda cuando se dirigía al escritorio.
En el piso había un lápiz. Pequeño. Inocente. El pie de la maestra se apoyó sobre él. El lápiz se deslizó.
Contuvimos la respiración
Sus piernas se elevaron. Altas. Muy altas. Su espalda se inclinó. Hacia abajo. ¡Más abajo! ¡Al piso! ¡La ley de gravedad en plena acción!
Nuestras miradas siguieron la caída de la maestra, y el vuelo de las dos cartulinas, del registro de asistencia, de los papeles que proyectados hacia el techo se separaron en forma de abanico. Las carpetas que salieron por los aires se abrieron, desparramando ejercicios de geometría por un lado, y poesías por el otro. La regla y el compás dieron una voltereta mezclándose con las tizas liberadas. El borrador salió lanzado como un cohete en Cabo Cañaveral. El mapa giró hacia arriba, en las alturas, y se desenrolló. Los libros volaron bajito, sobre todo el diccionario gordo.
Milagrosamente, la cartera, el paraguas y el abrigo permanecieron con ella.
Todo eso había pasado en milésimas de segundo.
Después empezó el aterrizaje. Los libros que estaban más cercanos fueron los primeros en alcanzar el cuerpo de la maestra. Luego cayó el mapa de América. Su cara quedó bajo Méjico, con la ciudad de Méjico instalada, justo, sobre la nariz. Una a una, bajaron las tizas, seguidas de las cajas vacías. La regla y el transportador, acostumbrados a trabajar juntos, descendieron coordinados. Las hojas cayeron por todos lados. Una carpeta, abierta aterrizó sobre Venezuela, sobre ella cayó el registro y luego las dos cartulinas, que quedaron en forma de cruz sobre el cuerpo. La carpeta de los poemas, sin hojas, descendió en el Mar Caribe y como una lluvia, todas las poesías se precipitaron sobre nosotros.
¿El borrador? ¡Ja!, descendió en picada, justo, en la cabeza de Carolina.
¿Y la maestra? Estaba allí, bajo todo el saber del mundo, y aún sin dar la cara.
La actividad del día, hasta ahora, había sido mirar a esa mujer desconocida que por un motivo u otro, nos ocultaba el rostro.
Desconcertados, con las bocas abiertas, los treinta alumnos mirábamos el Aconcagua convertido en sierra de Tandil sobre su cuerpo.
De pronto, una mano salió por debajo de los Estados Unidos y se movió saludando y una voz partió desde Guatemala diciendo:
-¡Buenos Días, chicos! Soy la señorita Silvia...¡Por favor que alguien llame a la directora! ¡Urgente!
Todos miramos a Carolina, que lloraba tocando su cabeza coronada por un chichón de color morado. Caro no hizo ningún intento para moverse.
Así que, agradecida al borrador, me paré y salí de prisa hacia la dirección para buscar ayuda. ¡Me moría por conocer la cara de la maestra!

Gloria Canal
jgcanal@telus.net

Mudanza de corazón

Papá tomó mi oso de peluche gigante y lo metió en el camión. El momento había llegado al fin: nos mudábamos.
¡Llevábamos tantas cosas! .Las puertas del camión apenas cerraban. El chofer las empujó, las ató con sogas pero el oso quedó asomando la cabeza hacia afuera, entre la heladera, y un canasto con ropa.
_¡Cuidado con “Tierni” papá! ¡Lo van a reventar! - grité desesperado
_Es tan solo un peluche, Martín …¡ siempre tan exagerado! ¡Vamos, subí con mamá al camión que ya nos vamos!
Papá no me entendía, como siempre. “Tierni” era mi amigo. Me lo habían regalado cuando me operaron de la garganta y siempre me acompañaba.¡No quería que viaje incómodo! .Subimos a la cabina del camión. Yo insistía para que mi oso viajara conmigo, pero todos decían que no entraba. Entonces quedó atrás, mirando por última vez el barrio, mientras el chofer encendía el motor y nos alejábamos.
Yo miraba mis zapatos embarrados. Porque encima, llovía. De un lado, estaba papá hablando con el chofer, del otro, estaba mamá con el gato en la falda. El viaje no sé cuanto duró.
Cuando llegamos a la casa nueva, pedí que bajaran a mi oso. Y me quedé en un banco que había en el jardín hablándole, mientras mis padres y el camionero bajaban todo.
_Nos mudamos “Tierni”, vos a lo mejor te acostumbrás a la nueva ciudad…
¡Pero yo nunca! ¡Siempre voy a extrañar mi casa vieja , mi escuela y mis amigos!
Mi habitación era linda, pero yo lloraba. Lloraba y mojaba la cama. Seguí llorando todo el día e inundé mi habitación. Y al otro día lloré y se inundó la casa.
Fue justo cuando vino el micro del transporte escolar y me llevó a la escuela. Pero aunque mis compañeros parecían buenos y la maestra también yo seguí llorando. Y como lloraba y lloraba , la escuela era un mar de lágrimas…y suspendieron las clases.
Me vino a buscar el micro escolar. Subí y me senté en el último asiento. Iba a seguir llorando e inundando el micro… cuando algo pasó. Estaba ella. Con un delantal tan blanco como sus dientes: la chica más linda que jamás había
visto …
_¿Querés un chicle?… Me llamo Rocío…
Me dio el chicle y lo abrí. Lo puse en mi boca. Como siempre , leí el papelito del chicle que adivina al futuro. Decía “Encontrarás el amor de tu vida”…
Sonrió y salió el sol. Reía y me hacía reir. El micro daba vueltas por la ciudad y ella empezó a explicar los distintos lugares por los que pasábamos. ¡Ese es el centro!, ¿Esa es la plaza principal! ¿Ves la estatua de San Martín…? Aquella es la Gobernación…¡ese es el Museo de Bellas Artes! ¡Ese es el Museo de Ciencias Naturales! ¡Allí es donde están los dinosaurios! ¿Querés que mañana vayamos a pasear juntos al bosque?
La ciudad ya no me parecía fea. Al contrario, me empezaba a parecer muy linda. Así que empecé a reir , reir y reir … a inundar de risas el micro, el barrio, mi casa… la escuela…la ciudad…..

Carlos Pinto
cpintius@hotmail.com

Orgullo y Maldad

Tom, el perro ya estaba cansado. Siempre ocurría lo mismo. La dueña de casa lo culpaba por la maceta rota, por las huellas de barro, por las migas de pan… Pero, el culpable, culpable: era Jim, el gato de la calle. Lo hacía para que la dueña, doña María Julieta de la Paz abandone al perro y adopte al gatito.
– Es que los gatos son más mimosos –le contó a una vecina, mientras Jim pasó, limpio, recién bañado y con un moño rojo que él mismo se puso.
– Si, son mejor los gatos –afirmó la otra vecina. Un gato es más independiente y además, son más pequeños y más limpios.
Tom no sabía que hacer porque cuando estaba con su lengua ordenando las migas que dejaba –a propósito Jim- éste, le ensuciaba con barro la entrada a la casa. Y cuando Tom corría y con sus patas quería borrar las huellas, Jim se subía a algún mueble –aprovechando que no estaba y tiraba algo pequeño que hacia ruido, que destruía y de seguro el único animal que tenia doña Maria, no era otro sino Tom.
El cansancio lo agobio a Tom y doña María se hartó de tanto desorden.
– ¡Fuera, vete! –le dijo un día.
Como si Tom entendiera el idioma humano, agachó la cabeza y cansado comenzó a caminar rumbo hacia la nada. Se perdió en un punto y doña María suspiró. Curiosamente, esos días, Jim comenzó a maullar en la puerta de su casa.
– Pobrecito… le daré leche como ayer. –dijo el mismo día que lo invitó a vivir en su casa.
Jim había conseguido su objetivo. Además, doña María se pasaba horas observando lo limpio que era, lo ordenado, lo vivaz y lo suficientemente libre que no molestaba ni ensuciaba nada. A la semana, las fotos de Tom fueron a pasar a la basura. Jim ahora recibía los flashes y los halagos.
– Este sí, que es un animal inteligente y limpio y ordenado y sabio y… y.
– Si, si –decían sus amigas
– Creo que cambiaré mi perro por un gato.
Pero un día, paró un camión que recorría la ciudad en busca de perros. Y ahí Jim, vio que uno de los atrapados era Tom. Entonces, bajo corriendo a burlarse pero, al acercase vio que la patita izquierda de Tom estaba ensangrentada.
– ¿Qué te pasó?
– A mi… a mi me pasó de todo. No conocí bien a mis padres, viví en una familia donde un gato, que no conozco, hizo mi vida imposible me culparon y me echaron. Deambulé por las calles en busca de un hogar, pero no encontré. Ahora estoy encerrado acá, cuando un auto me atropello y rompió mi pierna y esta gente me atrapó y me llevaran, me encerraran, pero… qué le vamos a hacer, uno nace así…
– ¿Quieres que te ayude a escapar? –dijo Jim
– No te creo. Jamás un gato ayudaría a un perro…
– Pero, es que yo, soy un gato diferente.
– Aún así, mi orgullo no lo permitiría. Si me atraparon deberé escaparme por mi propia cuenta, jamás recibiría ayuda de un gato.
Pero Jim saltó y con sus garras se las ingenió para abrir la puerta de la celda de alambre.
– Es inútil gatito, no me iré. No quiero deberle favor a ningún gato en la tierra, soy perro y si fui perjudicado, pues… aguantaré. Uno debe tener su propio orgullo y por más que me digas que juntos podemos hacer más, en este caso prefiero que sea un perro quien me abre las puertas de la libertad y no vos, un gato común.
– No soy un gato cualquiera!-replicó Jim- Fui yo, quien te embromó y me apoderé de tu casa y tu dueña. Ahora, yo, vivo en esa casa.
– Pues, goza del lugar, del confort que me robaste pero por mas méritos que hagas jamás torcerás mi orgullo. Es más, puedes irte ya mismo. Ahora se que sos mal gato y no te lo ganaste por méritos sino con trampa y…
En esos momentos, el señor que recoge los perros de la calle advirtió la escena y al ver que la puerta estaba abierta, encerró al gato también. Los dos debieron compartir varios minutos la soledad de una celda de alambre.
– Me pasó por querer ayudarte –dijo Jim
– No te pedí ayuda, fue tu culpa. Hubieras seguido siendo un gato mimoso en casa de doña María. Claro, un gato con maldad…
Al día siguiente, doña Maria llego al edificio Central de Perrerías y dijo:
– Los vi por la ventana. Ustedes se llevaron a mi gato.
– Esta bien, señora. Lo tenemos encerrado y se lo devolveremos lo que sucedió fue que ese gato estaba intentando que un perro se escape y nos dio rabia.
–¿Un perro?
– ¿Cuál perro?
– Ese, el de la segunda jaula –dijo señalando a Tom.
– Es el perrito que tenía yo…
–¿Entonces, se quieren…?
– ¡Qué bueno, me llevo los dos!
Doña María pagó una multa y llegó a su casa con perro y gato, juntos. Juntos vivieron muchos años. Y, si bien discutieron como cualquier pareja de mascotas, lo disimularon bastante bien. Doña María Julieta jamás se dio cuenta que el gato no utilizó nunca más la maldad y el perro dejó atrás su orgullo
Carlos Lucio Calderón
Mar del Plata, 2008

charlycharlyar@yahoo.com.ar

Esperanza y las voces del silencio

Casi ningún niño del barrio quería ser amigo de Esperanza, la niña de profundos ojos azabache y melenita cortada muy recta, al borde de sus orejas. Siempre tenía una sonrisa dibujada en su cara color canela, y parecía soñar cuando miraba extasiada a todos los niños jugando en el parque.
Había nacido igual que todo el mundo, tan sólo, en su menuda figura algo no estaba completo, y no escuchaba los sonidos como los demás.

Únicamente Andrés, el pequeño de los hermanos Ramírez, el pecoso niño de alocados rizos, era amigo de Esperanza y la defendía con garra de las burlas, y ataques del resto de niños.
No pudo entrar en el colegio del barrio y entonces, sus padres, la llevaron a uno de integración, que aunque les quedaba más lejos, si contaba con profesorado especializado para atender las necesidades de algunos pequeños.

Esperanza era una niña muy inteligente y aprendía con rapidez, parecía devorarse el mundo con los ojos, y con sus manos de mago hacia figuras que volaban como palomas, con las que hablaba a su familia y a su querido amigo Andrés.
Pronto, su amigo, aprendió el lenguaje de los signos, y los dos pasaban las horas hablando y riéndose lindamente, de la vida. Jugaban con la pelota, coleccionaban cromos de las chocolatinas, compartían golosinas, juegos y vida al son de los signos, y al compás de las miradas de quienes saben escuchar las voces del silencio.

Una tarde veraniega, en plenas vacaciones de mitad de año, un grupo de niños quisquillosos, molestos tal vez, por la alegría de Esperanza y Andrés, que vivían ajenos a sus requiebros abordaron a la niña con una letanía de repugnantes y odiosos reproches:
_ ¿Cómo te llamas, acaso puedes decirlo?
_Tú no eres como nosotros y te tratas con Andrés Ramírez, porque es bobo…
_Qué son esos mamarrachos que haces con las manos ¡¡serás tonta también!!

Esperanza con un par de goterones cristalinos, casi al borde del profundo precipicio de sus inmensos ojos negros, atinó a lanzarles una espléndida sonrisa y Andrés, su fiel Sancho Panza, le plantó cara al grupo de intolerantes muchachitos.
_ ¿Qué saben ustedes de mi amiga que no sepa yo?
Y el silencio vino, como un hada de hielo, para aplacar la crueldad.

Andrés hizo algunos signos con sus manos y Esperanza, los contestó con muchos signos y con miradas intensas.
Y en aquel momento, el chico, se convirtió en el mejor intérprete del mundo y transmitió con toda la emoción de su voz infantil, el siguiente mensaje de su amiga:

“Mi nombre es Esperanza, significa confianza y promesa.
Dicen mis padres que quiere decir ilusión, como la que tienen los prados verdes de los parques, valles, árboles y montañas. Como el verde de las aguas en los lagos o en los mares.
Mi nombre es verde, como la sabia que nutre a las plantas y les da ese color esperanza.

Andrés, es el mejor amigo que nadie haya tenido jamás, porque sabe hablarme a los ojos.
Yo sé todas las palabras del mundo, porque las leo cuando miro fijamente a las personas y veo sus labios y sus gestos.
Puedo leer todo, porque en mi colegio me han enseñado los maestros y amigos como Andrés, que siempre me ha regalado su cariño sincero y su amistad tan bonita”

Aquellos chicos se fueron marchando uno a uno…y la vergüenza que sentían, parecía una larga sombra pegada a sus pasos.
Esperanza y Andrés siguieron en el parque un rato más, jugando en los balancines.

La vida continúo sin grandes cambios. Los dos niños crecieron y terminaron sus estudios, cada uno en su colegio y tan amigos como siempre.

Esperanza estudió Educación Infantil, se especializó en Lenguaje de Signos y empezó a trabajar en su antiguo colegio como maestra de niños con dificultades. Por su parte, Andrés, se convirtió en Ingeniero de sonido y lo contrató una casa disquera muy importante. Cada uno hizo su vida, pero su amistad continuó siendo fuerte como el acero y firme como la roca.

Una amistad que nació en la mirada fija, en la interpretación de los sentimientos, en la confianza de compartir sueños, una amistad que sabía leer los labios y los ojos, que escuchaba con devoción el silencio…una amistad nacida en la esperanza.

© Zandra Montañez Carreño
ZMC@telefonica.net

Sueño de un día

Ramón era un pastor de cabras que siempre hacia lo mismo, Vicente era un joven rey que también tenia veinte años y casi siempre hacían lo mismo. Ramón en su trabajo y Vicente en su reino no estaban conformes con la rutina de todos los días. A Ramón le hastiaba tener que correr entre los cerros cuando algunas cabras se salían del grupo y siempre terminaba lastimándose las piernas con espinas. A Vicente le gustaba jugar con tierra pero, en su castillo estaba prohibido porque todo era de piedra y de cemento, ninguna basurita, todo impecable y tenia que bañarse tres veces por día y cambiarse cada vez que desayunaba o a la hora del almuerzo o la cena. Ambos ponían la cabeza en la almohada y soñaban con mudarse a otro lugar diferente y dejar de hacer todos los días las mismas cosas… Y, sucedió... que de tanto soñar e imaginar un día los dos jóvenes soñaron lo mismo: ¿Por qué soportar lo insoportable si solamente con disfrazarse podrían escapar hacia otro destino aunque sea por un día?
Ramón no entendió mucho. Vicente tampoco. Sin embargo, ese día se levantaron con la misma idea…. Disfrazarse. Así lo hizo Vicente, que se disfrazó de pastor y se escabullo entre la gente para abandonar el castillo y así lo hizo Ramón que se disfrazo de príncipe y entró al castillo como “Juan por su casa”.
Vicente fue directamente hacia la villa y luego de atravesarla escucho que estaban buscando a Ramón y no lo encontraban.
- ¿Tu puedes pastorear, ir a la montaña con las cabras? – le preguntaron.
- Por supuesto.
En tanto, Ramón tuvo que esconderse cuando una empleada le dijo que debía bañarse y ponerse todo el equipo para ir a almorzar. Después, de recorrer las amplias salas, simuló tener un dolor de estómago y se fue a acostar a la cama principesca.
Vicente, en cambio, empezó a ver un mundo diferente… Que bello, aire puro, cielo celeste y límpido, nubes como algodón. Ensuciarse y no bañarse. Que lindos animales veía…. aves surcando el aire, conejitos del cerco, algunos zorrinos que huían, mariposas. Todo en medio de aromas de yuyos de la montaña.
"Que idea fantástica tuve” se dijo.
Vicente igual, pensó “que idea fantástica tuve” porque desde la cama del príncipe, pedía todo lo que se le ocurría y le traían: jamón, huevos, salchichas, papas fritas, banana con dulce de leche, frutillas, durazno en almíbar, helado…
Mientras tanto, el príncipe Vicente comenzó a caminar por los cerros y descubrió un hermoso lago y se olvido de los animales que tenia que cuidar y se fue corriendo hacia alli. Sacó sus zapatillas y mojo sus pies en el agua, que alegría! Veía pájaros que volaban sobre el agua y era un paisaje que jamás había visto. Después, más allá, descubrió un bosque y hacia allá se dirigió. Mientras tanto, Ramón estaba divertido porque mientras comía en la cama, casi cubierto para que no lo reconozcan venían payasos a alegrarle el día. Narradores de cuentos y títeres. Ambos, estaban tan divertidos, que las horas se esfumaban. Era un día inolvidable para los dos
Así fue todo el día hasta que llego la noche…
- Debes vestirte porque para cenar con el Rey – dijo una empleada.
- Es que… bueno, esta bien, déjenme solo.
En la montaña, los pastores gritaban pero Vicente estaba como extasiado en la punta de un cerro observando las estrellas… y la luna redonda.
- Jamás tuve un día tan bello como este. -se dijo en voz baja.
De repente, escuchó voces, iluminado con troncos con fuego. Al tanto que él, se escondía tras unos matorrales.
- ¿Dónde están las cabras? - gritaban- ! Mañana, con la luz del día Ramón deberá pagar caro lo que ha hecho. Abandonar a los animales…!
Mientras Ramón ataba cinco sabanas para escapar por la ventana del castillo hacia el costado donde el lago encerraba al castillo, Vicente fue llegando a su hogar pero claro….¿como podría entrar con todo ese ropaje de pastor? En la penumbra, alguien podría creerle? Seguramente que lo encerrarían y…
Cuando estaba llegando vio desde lo alto, que Ramón bajaba con un enorme lazo blanco de sabanas. Sin mas, lo espero en las sombras y cuando el pastorcito de verdad, bajó y estaba a punto de correr, sintió un brazo en sus hombros:
- ¡Espera…! ¿tu quien eres?
- Soy Ramón, el pastor.
- Ah, bueno. Te cuento, algo. Yo, estuve haciendo tu trabajo.
- ¿Mi trabajo… acaso, vas a quitarme mi trabajo de pastor de cabras? - dijo con rostro serio.
- No, de ninguna manera. Yo… soy el príncipe, solo que quería huir del castillo para tener un día de aventura y justamente estaban buscando un pastor y me ofrecí.
- ¿Eres el príncipe Vicente? Y... te fue bien…?
- Ja, ja me fue pésimo.
- ¿Por qué?
- Porque me puse a ver los paisajes, la montaña, el sol, las nubes, el lago, el bosques, los animales corriendo libres… y me olvide de las cabritas. J aja, me río pero se que mañana tendrás problemas.
- Bueno, yo se que las cabras no se van lejos. Siempre siguen al de la campanita y no te preocupes, mañana con el sol, las vuelvo a juntar.
- Bien, bien. ¿Pero porqué bajas de mi habitación?
- Ja ja , ahora sonrió yo…. Me hice pasar por ti, por el príncipe Vicente.
- ¿Por mi? ¿Y, como se te ocurrió?
- Tuve un sueño.
- Yo también tuve un sueño.- dijo el príncipe
- ¿Entonces, alguien nos está soñando y jugando con nuestros sueños?
- Calderón de la Barca decía que los sueños, sueños son.- contestó el príncipe
- Si, pero en esta aventura nuestra veo que en nuestros sueños algo ha ocurrido
¿No estaremos soñando esto?
- Tenés razón, será este un sueño compartido?
- Pellízcame.- requirió el pastor.
- Si
- ¡Ay, me dolió! Esto no es sueño.
- Sueño fue el haber derrotado nuestras rutinas.
- Eso si que es cierto. –afirmó Ramón.
- Entonces, ambos cumplimos nuestros deseos.
- Es cierto.
- Pero yo, prefiero seguir con mi rutina principesca. No se cómo haces para estar en la soledad de la montaña solo empujando a los animales hacia lugares de pastoreo…
- Es fácil. Lo que para mi, es difícil es tener que cambiarme de ropa tres o cuatro veces por día y bañarme tres veces al día, puaj!!Prefiero mi trabajo.
- Al menos fuimos otra cosa por un día y ahora estamos más enriquecidos. Diré a mi padre el rey, que ciertos días te acompañare a pastorear y de paso te invitare a comer mis postres preferidos.
- Ja ja , ya los he probado... Pero si, me gustaría volver por supuesto.
- Entonces, déjame usar esta misma soga de sabanas para volver a mi cuarto y tu, vuelve a tu casa. Creo que ambos cumplimos nuestro sueño.
- Si. No siempre, los sueños, sueños son.
- Pobre Calderón de la Barca…
Los dos se despidieron y se fueron a dormir. A soñar con otros sueños inesperados, inevitables e inimaginados.

Carlos Lucio Calderón
Mar del Plata, 2008

charlycharlyar@yahoo.com.ar

EL TEMIBLE

Las cosas que ha hecho Pollito en casa son de película, según mamá. Él tiene una tarjeta de presentación escrita a mano que reparte a todo el mundo y dice así: “Empresa Relámpago: Un mago en cualquier oficio: carpintería, pintura, electricidad y plomería son mi especialidad”.
Recuerdo que papá lo llamó un sábado para que pintara el frente de casa y vino después de casi cien llamadas telefónicas.
–Lo barato sale caro -sentenció mamá mientras fruncía el ceño.
A ella el sólo hecho de escuchar el nombre Pollito le provoca dolor de estómago o de cabeza, por eso lo llama “El Temible”.
Esa vez vino para cambiarle la cara a la casa ¡y se la cambió en serio! A mí me encantó verlo pintar. Se trepaba a su escalera con el tarrito de pintura en una mano y en la otra el pincel. Bajaba y subía corriendo con un solo pie apoyado en el escalón y el otro en la pared. Así, con las piernas abiertas como el mejor bailarín clásico, corría desde el techo hasta el piso manteniendo la escalera en equilibrio sin apoyarla en ningún lado. Cuando terminó la primera franja, como la cosa más natural del mundo, movió la escalera sin bajarse y otra vez subía y bajaba desde el techo hasta el piso ¡era increíble, parecía que tenía goma de pegar en las suelas de los zapatos! En menos de media hora terminó todo el frente, con algunos errores - perdonables según papá- como pintar la vereda, la cola de mi perro y varias ramas del árbol que parecía florecido con rosas rojas, ¡sí rojas!, porque mamá quería un color durazno rosado, pero quedó un poco más fuerte.
- Mejor señora -dijo Pollito al ver la cara de mamá- cuanto más oscuro se ensucia menos.
-¿Y esas marcas en la pared? -gritó mamá.
-Ah…son mis zapatos, en algún lugar me tengo que apoyar, ¿verdad señora? Soy relámpago, pero todavía no vuelo.
Lo último sólo yo se lo escuché, porque mamá se desmayó. Después de ese día pasó mucho tiempo sin que volviera a ver a Pollito porque a mamá le agarró un
ataque de nervios y todos los sábados gritaba “no quiero ver al Temible cerca de esta casa”.
Pero a mamá se le pasan los enojos y cuando eso sucede mi papá vuelve a hacer todo a su antojo, así fue que llamó a la “Empresa Relámpago” por una pequeña pérdida de agua que había en la ducha de casa.
Pollito se encerró en el baño durante varias horas. Mamá se puso nerviosa y decidió salir de compras y con ella fuimos todos, hasta el perro se fue a dar vueltas a la manzana para proteger su cola.
Cuando regresamos Pollito ya se había ido. Mamá tenía miedo de abrir la puerta del baño pero no fue tan tremendo con lo que se encontró, solamente las herramientas desparramadas por todo el piso (porque casi siempre se las olvida y después de dos o tres semanas pasa a buscarlas) y un montón de manos dibujadas en todos los azulejos y en el espejo. Le llevó muchas horas a mamá limpiar el baño, pero estaba contenta porque el problema del caño se había solucionado.
Antes de acostarnos fue a lavarle la cola a mi hermanito que tiene un año y pocas palabras. Mamá lo sentó en el bidet, abrió la llave de agua y salió un chorro largo que llegó hasta el techo y aunque intentó cerrar no pudo, cuanto más fuerza hacía más lluvia salía. Lo llamó a papá que, dándose aires de plomero, agarró una pinza para cerrar la canilla pero se quedó con la llave en la mano. Papá decidió llamar a Pollito y lo atendió el contestador:
-Empresa Relámpago, atiende día y noche, no se aceptan reproches.
Como mamá estaba tan furiosa y roja como el frente de casa papá quiso tapar la salida de agua poniendo un par de medias y después otro, al final puso una docena de medias y otro tanto de calzoncillos mientras decía:
-Pollito Pollito si te agarro te destripo.
El problema fue que me dieron ganas de hacer pis y en el baño llovía como nunca había llovido afuera. Mamá me dijo que me pusiera el piloto, las botas y abriera el paraguas. Lo mismo hicieron ella y papá, y así fuimos pasando de a uno al inodoro. Cuando el agua llegó casi a medio metro y recorría la cocina y los dormitorios, papá decidió que había que hacer algo; entonces tomamos los baldes, la pelela de mi hermanito, el tarro del perro y el baldecito de la playa y nos pusimos a juntar el agua que fuimos tirando por la ventana que da al patio.
Cuando la situación estaba casi controlada mamá se fue a lavar la cara en la canilla de la cocina, pero no salía ni una gota de agua, aunque del florero que estaba en el centro de la mesa brotaba un precioso chorro como el de la fuente de la plaza.
Mamá, con los brazos al costado del cuerpo y la cabeza tirada para atrás, se sentó a descansar y cuando ella se pone así sabemos que mejor es quedarse callados.
Ya amanecía cuando papá había hecho un bollo con todos los juegos de sábanas, las frazadas y las cortinas para que del bidet no saliera más agua, pero tapó el inodoro.
Todos nos sentamos de la misma manera que mamá y fue en ese momento que se empezó a mover la casa, primero un movimiento leve, muy suave, como cuando acunamos a mi hermanito; después un poco más fuerte como si fuera un terremoto. Ese fue el momento en que todos nos miramos, entre asustados y asombrados.
-¿Y ahora qué está pasando? -preguntó mamá.
Papá no le respondió pero fue hasta la ventana y puso una cara que daba miedo. Todos corrimos a mirar y vimos que ¡el patio era un gran río y nuestra casa flotaba sobre él! Lejos…lejos se veían las casas de nuestros vecinos y me pareció que alguien en la orilla, subido a una escalera muy alta, nos saludaba. No le quise decir
a mamá, pero estoy segura que era Pollito, El Temible.
Gracias a él ahora vivimos en un hermoso barco rojo. Agua no nos falta.

Ana Gracia Jaureguiberry
anajaurez@yahoo.com.ar

Cuestión de estética

Soy un perro triste, ya lo acepté. Y no pretendan una gran historia porque todo lo que les cuente va a terminar como el principio. Aunque puedo esforzarme un poco y decirles que además de triste soy dálmata, y que esta cuestión comenzó cuando me fueron a buscar al criadero donde nací.
La señora nos observaba con ojos desconfiados. Éramos cinco cachorros hermanos. Y a pesar de que los perros sólo entendemos la entonación con la que se dicen las palabras, yo enseguida comprendí que la mujer quería un perro que no fuese bochinchero, menos que menos saltarín y ni que hablar de que demostrase su cariño a los lengüetazos. Era obvio que la señora sabía muy poco de perros y había venido al criadero equivocado: los dálmatas somos conocidos por el entusiasmo que llevamos en el cuerpo; es como electricidad desde las orejas hasta la punta siempre atenta de nuestra cola. Pero yo, desesperado porque me eligieran y me sacaran de esa jaula, le guiñé un ojo a mis hermanos, bajé las orejas, me derrumbé en un rincón y con una pata me apreté los pliegues de la frente haciéndome el aturdido “por tanto ladrido innecesario”.
De pronto, me di cuenta de que unas manos me alzaban y escuché a la señora repitiendo “¡éste es justo lo que yo buscaba!”. ¿Se imaginan mi alegría? Bueno, yo después de ese momento sólo me la he podido imaginar pero nunca la volví a sentir. Creo que hice tanta fuerza por parecerme al cachorro que pedían y que así me adueñaran, que lo que aparentaba de afuera se me fue metiendo para adentro, y así quedé: ¡Triste!

Después de instalarme en mi nueva casa, intenté volver a ser un buen ejemplo de dálmata. Una vez encontré una pelotita de tenis, la mordí y la llevé hasta la pierna de mi dueño que estaba mirando muy de cerca lo mismos papeles que me ponían en el piso para dormir. Se me ocurrió estornudar para avisarle que estaba ahí y terminé solo –como perro malo– en el balcón vacío, y sin siquiera un trapo para morder.
En cambio, a mi dueña le encantaba mostrarme a sus amigas. Me llamaba y me pedía que hiciera mi gracia. Yo me tiraba al piso como perro muerto y todas suspiraban y me acariciaban, “qué divino”, “qué divino”, “qué divino”. Así es como fui entendiendo.
El mayor problema con esta tristeza era que en el momento menos pensado se me transformaba en malhumor y ahí sí que no me soportaba nadie, ni yo mismo. Era algo que no podía controlar: cuando los chicos se me acercaban en la calle gritando que yo era como el de la película, les gruñía sin razón, y en vez de esperar hasta la plaza, hacía mis necesidades justo en el medio de la vereda para que embadurnaran bien al primero que pasase. Entonces, la patada se me venía encima seguro, pero ya me daba lo mismo. Al fin y al cabo, detrás de todo mi enojo siempre se escondía la misma tristeza. ¡Es que estar triste me sacaba de quicio!
La cola se me terminó de caer después de una vez en que había venido mucha gente de visita y sirvieron una torta que nadie comió. Cuando me la tiraron en el plato, mi dueña me dijo “¡comete tus pelos! Y volvé a revolear la cola mientras cocino y vas a ver lo que te espera…”
Comerme la torta no fue buena idea porque a la tristeza que cargaba se le sumó un dolor de panza terrible. Sin resistirme siquiera, me dejé llevar al veterinario. Mientras me revisaban, la dueña señaló la punta de la cola bien parada de un dálmata pegado en la pared. ¡Por fin iban a hacer algo para que yo no anduviese todo el tiempo con la cola marchita! De nuevo, no pude sentir la alegría pero al menos me la imaginé por segunda vez cuando mi dueña me leyó el aliento y le respondió al veterinario que sí, que me operara: me harían una cirugía estética. ¡Era justo lo que yo necesitaba! Lo sabía porque hacía muy poco la prima de mi dueña se había esteticado algo en el cuerpo. Y cuando vino a mi casa a mostrarnos los cambios, se agarró el pecho con una mano en cada lado como si tuviera dos corazones y nos dijo a todos: “estoy contenta como perro con dos colas”.
A mí no me importaba el aspecto de la nueva cola, hasta podía ser con motivos de cebra que yo no me iba a quejar. Tampoco me preocupaba cómo iba a lograr mover las dos colas sin que se chocasen en el medio. “Cósanmela con hilo blanco o negro, me da lo mismo, pero quiero estar contento”, pensaba a cada rato.
El veterinario aseguró que la operación había sido un éxito, y que la cola estaba cicatrizando perfecto. Yo no podía verme porque me habían disfrazado de embudo poniéndome una pantalla de velador en el cuello. Supuse que era para aumentar mi expectativa y lo lograron, porque durante el tiempo que pasó hasta poder verme, anduve irreconocible: chocho de mi vida de perro.

Pero como ya les avisé, todo termina como el comienzo: ahora soy un perro dálmata, triste y con una cola del tamaño de un rulero. Eso sí, siempre imagino la alegría que tendrá el pichicho que vaya por ahí, moviendo la misma cola que a mí me cortaron.

Liza Porcelli Piussi
lizaporcelli@yahoo.com.ar